Reality show: "La braga en la boda 4"
Tremendas costumbres gesta el útero del folclor popular. Vástagos que una vez arrojados a la tierra hunden sus raíces en ella hasta alcanzar los estratos más ancestrales, de donde extraen el agua y las sales minerales necesarias para el engorde. Nada sé de las foráneas, ya tengo bastante con conocer someramente las patrias, pues en esto de las tradiciones cada valle de la cordillera es un universo. Sin embargo, de un tiempo a esta parte la niveladora global ha uniformado prácticamente igual a los ciudadanos del orbe en muchos de sus hábitos. En tal manera que incluso la divulgación de ciertas actividades desarrolladas en algún festejo oriundo, ha movilizado la militancia internacional (interés que no suscitábamos, por cierto, desde nuestra malhadada guerra), visitándonos representantes de otras naciones a fin de disfrutar del evento, o, cuando un animal es objeto de escarnio, para exigir la conclusión de una determinada práctica. De momento no parece que los hechos que causan bochorno a los humanos sean merecedoras de la implicación de estos brigadistas.
- Tengo las bragas. - Me corroboró la obviedad Rubén.
- Bueno... ¿Y ahora qué?... - Dije incapaz de preveer qué cariz podrían tomar los acontecimientos.
El movimiento se demuestra andando, pareció chillar con la seguridad y precisión de sus actos. Se levantó de su sitio, salió del salón, regresó llevando unas tijeras y las bragas de Isabel en la misma mano. Permaneciendo de pie se disponía a golpear el vaso de güisqui, aún con dos hielos moribundos, con la herramienta prestada por un camarero, ondeando la prenda íntima al unísono.
- ¿Cuánto podremos sacar por las bragas de la novia?... ¿Las subastamos enteras o a pedazos?... - Comentó sin mirarme siquiera, observando su alrededor como un esperpéntico analista financiero el Parquet.
No daba crédito. "El más cabrón" pretendía organizar en la mesa la licitación de las bragas de Isabel con el cuento de que eran las de la novia. Su mente alterada había manipulado genéticamente la costumbre autóctona, ya bastante vergonzosa por si, de la subasta de la corbata del novio o de la liga, comprada al efecto, de la novia. Obteniendo una especie mucho más feroz que la original, y para mi desconocida.
Algo extraño percibiría Isabel en la actitud de Rubén al devolverle el chisquero, probablemente le llevara vigilando todo el rato, o puede que se percatara de la sustracción efectuada en su bolso, suponiendo quién podría ser el autor. En todo caso no permitió ni dar la primera nota tintineante que concitaría la atención del respetable.
- ¡Rubén! ¡Para! - Gritó unidireccionalmente con la suficiente contundencia para detener el natural discurso de las acciones que "El masca" había ideado. Ni el menor asomo de duda tenía la Isabel que se dirigía con paso diligente hacía nosotros, que era un objeto de su propiedad lo que Rubén manoseaba en público.
Joder... Dicen que las leonas, a pesar de su inferioridad física, son capaces de intimidar a los machos, cuando de defender a sus crías se trata del instinto parricida de los melenudos feroces. Había que ver a Isabel alzarse y marchar contra Rubén como una hembra dispuesta a defender a cualquier precio lo que es suyo. Paso firme, mirada seria, rítmicos impactos secos de los tacones contra el suelo, frenético bamboleo ascendente y descendente de los senos... En verdad os digo que comprendí a los leones, acojonaba verla.
A todo esto "El masca" había huido de la justicia, dejando allí empantanado a Rubén, con cara de gilipollas, aguardando desvalido a que la dama ciega, sustanciada en la persona de Isabel, se le viniera con todo su peso encima.
- Tengo las bragas. - Me corroboró la obviedad Rubén.
- Bueno... ¿Y ahora qué?... - Dije incapaz de preveer qué cariz podrían tomar los acontecimientos.
El movimiento se demuestra andando, pareció chillar con la seguridad y precisión de sus actos. Se levantó de su sitio, salió del salón, regresó llevando unas tijeras y las bragas de Isabel en la misma mano. Permaneciendo de pie se disponía a golpear el vaso de güisqui, aún con dos hielos moribundos, con la herramienta prestada por un camarero, ondeando la prenda íntima al unísono.
- ¿Cuánto podremos sacar por las bragas de la novia?... ¿Las subastamos enteras o a pedazos?... - Comentó sin mirarme siquiera, observando su alrededor como un esperpéntico analista financiero el Parquet.
No daba crédito. "El más cabrón" pretendía organizar en la mesa la licitación de las bragas de Isabel con el cuento de que eran las de la novia. Su mente alterada había manipulado genéticamente la costumbre autóctona, ya bastante vergonzosa por si, de la subasta de la corbata del novio o de la liga, comprada al efecto, de la novia. Obteniendo una especie mucho más feroz que la original, y para mi desconocida.
Algo extraño percibiría Isabel en la actitud de Rubén al devolverle el chisquero, probablemente le llevara vigilando todo el rato, o puede que se percatara de la sustracción efectuada en su bolso, suponiendo quién podría ser el autor. En todo caso no permitió ni dar la primera nota tintineante que concitaría la atención del respetable.
- ¡Rubén! ¡Para! - Gritó unidireccionalmente con la suficiente contundencia para detener el natural discurso de las acciones que "El masca" había ideado. Ni el menor asomo de duda tenía la Isabel que se dirigía con paso diligente hacía nosotros, que era un objeto de su propiedad lo que Rubén manoseaba en público.
Joder... Dicen que las leonas, a pesar de su inferioridad física, son capaces de intimidar a los machos, cuando de defender a sus crías se trata del instinto parricida de los melenudos feroces. Había que ver a Isabel alzarse y marchar contra Rubén como una hembra dispuesta a defender a cualquier precio lo que es suyo. Paso firme, mirada seria, rítmicos impactos secos de los tacones contra el suelo, frenético bamboleo ascendente y descendente de los senos... En verdad os digo que comprendí a los leones, acojonaba verla.
A todo esto "El masca" había huido de la justicia, dejando allí empantanado a Rubén, con cara de gilipollas, aguardando desvalido a que la dama ciega, sustanciada en la persona de Isabel, se le viniera con todo su peso encima.
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